01 marzo, 2017

Carta decimonovena: Las cosas que ya han terminado no deben volver a terminar.


Siempre que paso por aquel parque tiendo a recordar quienes éramos, quien eras, quien fui, qué fui, quienes creíamos que éramos. Una mano tomaba a la otra y el tiempo se iba, no planeaba regresar en largo rato, y sin tomarlo en cuenta, lo esperaba cual incrédulo en desgracia.

Ahora, sin caer en las mentiras, jamás pensé en volver a ver esas manecillas moverse a través de la madera redonda, clavada en la pared como si fuese a propósito, para que me mire fijo por siempre, pero sin embargo aquí estamos, el tiempo… y nosotros.

No entiendo muy bien las cosas, el reloj no planea romperse, pero yo no lo quiero ver, ¿o acaso tus ojos si quieren verlo? No puedo volver a imaginar en la dureza de tus suaves palabras si conozco el precio que debo pagar por ello, y la calidez que siempre anhele hasta poder sentirla empezó ya a quemarme.

No voy a negar que sonriera, y que cada risa fuera pura, gestando sonrisas que envidio hoy de mi propio pasado, temiendo recordarlas con su consecuente, y el triste desenlace tendiéndome a en la nada, mirando fijamente como, paso a paso, recalas en los éxitos que cosechaste, abandonando mi alma a los lobos.

Por eso es que no comprendo, no entiendo por qué tus manos se acercan nuevamente, toman las mías y me invitan a volar, si ambos sabemos muy bien que no tenemos alas, y que lo único que podemos esperar es estrellarnos contra la realidad.

Realidad que construiste para nosotros, para mí, hace tiempo, realidad de la cual decidiste salir, y a la cual pretendes regresar.

Entonces el reloj frenó su accionar, y todo se puso negro, dejando que la oscuridad que tanto disfrutabas vuelva a consumirlo todo: jamás tuviste intención de tomar mis manos, quería que tome las tuyas, te levante y te vuelva a empujar fuera de mi realidad, de nuestra realidad.


Lamento las condiciones, entonces 



Porque yo ya no soy real.




La Plata, Argentina. 2016.

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