13 junio, 2016

Carta decimoctava: Incompleto.

A veces veces puedo sonar un poco confuso, lo tengo bien claro. Solo necesito verte fruncir el ceño por sobre esa clásica sonrisa mareada, para luego dejar caer esos pliegues y dejar que un pequeño estallido salga de tu boca, como si quisieras callarme, pero oyéndome. No me preocupó jamas el hecho de no saber explicarme con las letras, pues siempre que he necesitado decirte algo, solo tuve que golpear las puertas de tus ojos con los míos, para que dejes entrar ese río de sensaciones que siempre cumple con su trabajo, y la retribución siempre solía reírse, cuando las luces abrían el jolgorio, frenarme y hasta golpearme cuando las rocas caían, abrazarme cuando el filo dolía... Y de todos modos, siento que jamás te he dicho ni una sola cosa sobre mi. 
¿Realmente formamos parte del mismo universo? Es decir, jamás me había sentido tan escuchado, tan repetido, tan admirado en la vida como cuando nuestro éter se dispara, pero a la vez, jamás me había sentido tan vacío, tan extraño, tan abandonado, tan solo como cuando tu presencia desaparece de mi órbita, como si fueras parte de otros mundos, y solo accedieras a pisar el mismo suelo que yo para mostrarme algo, pero no se qué.
¿Puedo aferrarme tanto?, ¿Por qué me cuesta tanto imaginarme? He llegado al punto de no querer abrir el portón, cruzar el umbral y caminar, de poder concebirme cada segundo sin castigarme por algo que no hice, porque se que no lo hice, yo jamás te hubiese pedido que te vayas, y sin embargo, incluso estando acá, a mi lado, lo hiciste.
Tu dibujo llena con color la tinta negra que mancilla mis cuadernos de bocetos, que veo en blanco por mas que haya rastrillado con cierta violenta pasión cada centímetro de su existencia, y no puedo mas que seguir invadido de queja, porque me duele, y me duele mucho tener que imaginarte, pero me duele aún mas tenerte a mi lado, y a la vez no reconocerte, no poder hacerte coincidir con los dibujos que mi ya penosa alma golpea sobre los cuadernos de bocetos de mi presencia. ¿A dónde te has ido?, ¿Por qué te has ido?, ¿Por qué no te siento cuando te abrazo?, Porque cada segundo en el que mi cuerpo contiene al tuyo, se siente vacío, como si abrazara al entero universo, sabiendo bien que la nada misma lo abarca por completo.
Si alguna vez te soné confuso, imagino que ahora pasaré a ser ilegible, pero me duermo con la esperanza de que vos, ese vos que solía pedirme que no la haga pasar vergüenza en la fila de espera de la estación de colectivos de Constitución, ese vos que se reía y jugaba con mis manos, para evitar que te hagan cosquillas, ese vos que me mostraba que no había océano mas grande que sus lágrimas, y que me pedía que la abrace sin motivo alguno cuando el silencio se ocupaba de amedrentar a quienes nos rodeaban en donde los ruidos de los autos y el bullicio de la gente corrían como moneda corriente... Me duermo con la esperanza de que ese vos solo haya estado en una distracción, y que se avive de que acá hay un hueco, acá, en mi pecho, que necesita de su luz para volver a rellenarse, para volver a latir.

Ya no me interesa saber si sos real o una fantasía, si por donde sale el sol, también tu sonrisa nacía. No me importa de donde venís, ni tampoco hacia donde vas, solo necesito verte fruncir el ceño, sonreír y dejarte destrozar mi mundo como cuando solíamos respirarnos. 



Solo te necesito a vos.

Ni siquiera a mi.

Solo a vos.





Anónimo.


30 de Enero del 2014, Quilmes, Argentina.