08 octubre, 2015

Carta decimoquinta: Esencias.

Años, como tristes minutos. Corren, desesperados, por el camino empedrado y maltrecho de la existencia, la esencia del ser que fueron, la esencia que hoy dejaron de intentar ser. Una desmedida y absurda sociedad entre sentimientos y pensamientos le otorga peso a las ruedas que, en su rodar, acaban por destrozar aún más este camino.

Y a mí, poco me importa.

Y al costado del camino, me encuentro yo, taciturno, como si cruzar no tuviera ninguna relevancia, y la diversión en mi vida no sea más que una mera palabra pasajera, junto a todas esas sensaciones demoledoras que transitan aquel deshecho camino, cada vez más intensamente. No tengo interés alguno en sus ideales, solo quiero ser, y a la vez, jamás haber sido, pero me es imposible; siempre que levante la vista, siempre que mis ojos hagan foco hacia el otro lado del camino, voy a ver tu silueta, tu maldita silueta.

Y pensé que poco me importaría, pero no

Con el pasar de los eónes, tu silueta empezó a transformarse en mi única compañía, y no concebía ya la idea de bajar la vista, por miedo a perderte. No, jamás te he tenido, pero el miedo a perderte era más fuerte.

Y el día llego. Ya no lo toleraba más, necesitaba tenerte en frente, tenerte conmigo, cruzar la calle de los sentimientos, la ruta de los pensamientos, y arriesgarme a perderlo todo en el intento, y no dudar. La duda desapareció de mi diccionario, y apoyando, marque la primera huella en el suelo. Aventurado en el momento, tenía que decidir entre bajar la vista y prestar atención al camino, o seguir mirando fijamente tu silueta y dejarme llevar por el destino. Mi miedo, más fuerte que nunca, me hizo decidir casi automáticamente, y no fue necesario nada más: embestido casi al instante, destruido en el momento, mi cuerpo fue arrojado hacia la nada, siendo aplastado por las correosas ruedas del dolor, quien discutía sin fundamentos en su carruaje.

Pero, ¿sabes qué?, jamás he bajado la vista, y hasta que la luz dejo de llenar mis retinas con sus proyecciones de color, he seguido a esa silueta, y no me arrepiento de haber cedido al miedo, puesto que pude ver que aún estabas allí, como si me esperaras. Incluso en mi último aire, me has quitado la soledad…

Y me has hecho despertar de nuevo, en la realidad que tanto anhelo desaparecer de mi sistema.


Y me has hecho despertar de nuevo, para no volver a despertar jamás





Anónimo.




08 de Octubre de 1995, Buenos Aires, Argentina.