Años, como tristes minutos. Corren, desesperados, por el
camino empedrado y maltrecho de la existencia, la esencia del ser que fueron,
la esencia que hoy dejaron de intentar ser. Una desmedida y absurda sociedad
entre sentimientos y pensamientos le otorga peso a las ruedas que, en su rodar,
acaban por destrozar aún más este camino.
Y a mí, poco me importa.
Y al costado del camino, me encuentro yo, taciturno, como si
cruzar no tuviera ninguna relevancia, y la diversión en mi vida no sea más que
una mera palabra pasajera, junto a todas esas sensaciones demoledoras que
transitan aquel deshecho camino, cada vez más intensamente. No tengo interés alguno
en sus ideales, solo quiero ser, y a la vez, jamás haber sido, pero me es
imposible; siempre que levante la vista, siempre que mis ojos hagan foco hacia
el otro lado del camino, voy a ver tu silueta, tu maldita silueta.
Y pensé que poco me importaría, pero no…
Con el pasar de los eónes, tu silueta empezó a transformarse
en mi única compañía, y no concebía ya la idea de bajar la vista, por miedo a
perderte. No, jamás te he tenido, pero el miedo a perderte era más fuerte.
Y el día llego. Ya no lo toleraba más, necesitaba tenerte en
frente, tenerte conmigo, cruzar la calle de los sentimientos, la ruta de los
pensamientos, y arriesgarme a perderlo todo en el intento, y no dudar. La duda
desapareció de mi diccionario, y apoyando, marque la primera huella en el suelo.
Aventurado en el momento, tenía que decidir entre bajar la vista y prestar
atención al camino, o seguir mirando fijamente tu silueta y dejarme llevar por
el destino. Mi miedo, más fuerte que nunca, me hizo decidir casi automáticamente,
y no fue necesario nada más: embestido casi al instante, destruido en el
momento, mi cuerpo fue arrojado hacia la nada, siendo aplastado por las
correosas ruedas del dolor, quien discutía sin fundamentos en su carruaje.
Pero, ¿sabes qué?, jamás he bajado la vista, y hasta que la
luz dejo de llenar mis retinas con sus proyecciones de color, he seguido a esa
silueta, y no me arrepiento de haber cedido al miedo, puesto que pude ver que
aún estabas allí, como si me esperaras. Incluso en mi último aire, me has
quitado la soledad…
Y me has hecho despertar de nuevo, en la realidad que tanto
anhelo desaparecer de mi sistema.
Y me has hecho despertar de nuevo, para no volver a
despertar jamás.
Anónimo.
08 de Octubre de 1995, Buenos Aires, Argentina.