23 agosto, 2015

Carta decimocuarta: Y ya sin la vida, respirar.

Ya no siento el aire correr y golpearse en mi rostro; no veo la luz ni me asusta la oscuridad. Ya no entiendo las palabras que de otras bocas nacen, ni siento dolor al mirar atrás. No puedo extrañar corazones que me han tocado, ni puedo sentarme a tu lado sin confesar que no puedo reconocerte, no te puedo admirar, mis ojos ya no quieren, no te puedo ver.

Y es que ya mi alma decidió partir, apuesto mi nula existencia a su razón, ese deseo inquebrantable de volverse a topar con tu esencia y, de esa manera, volver a ser uno.
Y es que, en su eterno egoísmo, mi alma se olvido de mi, y me dejo aquí, totalmente desolado, y atrapado en este recinto de huesos y piel, vacío de cualquier sensación, transformándome en esto que se mueve hacia ningún lugar, choca con las paredes del llanto y vocifera casi mudo que ya no es nadie, y que ser nada lo abruma, y nadie lo nota, nadie jamas lo va a notar.

Siento como mis pulmones se acercan a sus últimos esfuerzos; mi corazón ya no late para alimentar un cuerpo, y esta dispuesto a parar, como ya lo ha hecho antes, cuando paró por primera vez.
No recuerdo cuando sucedió, ni como fue que pasó, pero eso no tiene valor, no tiene importancia ahora. De hecho, ya nada lo tiene, y por mas que ya no sienta, como si las incoherencias que me absorben cobraran vida y se dedicaran a hacer de mi vida una eterna ironía, eso me despierta y me pone a funcionar una vez mas. Y, con mis ojos ciegos, y mis mudas palabras, te observo y te recuerdo, si, ¡Te recuerdo!. Te recuerdo como lo supe hacer antes, tiempo antes de tu viaje, cuando aún en las mas frías noches podías decirme "dulces sueños"; cuando aun podía decirte "te quiero", luego de cada abrazo inesperado. Cuando no hacía falta ni siquiera decir una palabra para mostrarte mis sentimientos mas profundos, y, en austera presencia, sentir como me brindabas tus últimos calores para así poderme ver sonreír una vez mas.

Con lagrimas en mi rostro congelado por la frialdad de mis acciones, te veo y sonrío: ya no estas mas sentada a mi lado, pero yo allí te veo, acariciando mis manos, susurrándome al oído "ya pronto, mi amor. Ya pronto", y la impaciencia, el ansia de volver a reposar mi cabeza en tu pecho, de volver a sentir tus brazos cálidos protegiéndome de todo mal, de volver a, de volver a sentirte... es cada vez mas, y mas fuerte. Ya pronto, amor, ya pronto volveré a mirarte a los ojos, solo para cerrarlos y dejarme llevar por tu ser, hacia todos esos cielos que nos prometimos pintar.

He vivido años sin tu presencia a mi lado, y todo ese sentido cobrado se desvaneció. He caminado largos empedrados y jamas a ningún lado he llegado a arribar. Y es que desde ese día he vivido muerto, pues cuando caíste, mi arma apunto a mi cabeza, y cuando cerraste tus ojos, tus preciosos ojos por ultima vez, y sin darme cuenta, yo... ya había gatillado.




Anónimo.


24 de agosto del 1990, Buenos Aires, Argentina.

19 agosto, 2015

Carta decimotercera: De la eternidad de una sonrisa.

Era media tarde, una bonita tarde por cierto. Nos dirigíamos hacia una plaza con la excusa de descansar un rato, habíamos tenido una larga mañana llena de caminatas y tramites que necesitabas hacer. Sinceramente, nunca supe muy bien hacia donde ibas, ni que tenias que hacer, solo me interesaba estar sincronizando mis pasos con los tuyos, dejando que tu viento sople y me empuje hacia donde fuera, pero que me empuje siempre con vos. Y cada paso, cada metro, cada cuadra llena de esas pequeñas alegrías que tanto supiste apreciar, que hacían despertar en vos esa sonrisa tan radiante, valía oro para mi, porque era mi meta, siempre la fue: verte sonreír.
Ya en la plaza, los arboles parecían casi querer llamarnos, invitándonos a su sombra tan cálida, protegiéndonos del abrumante sol de aquel verano y, dentro de su fortaleza de sombras frescas, un banco parecía reservado para nosotros, y no debíamos hacerlo esperar, por lo que aceptamos su invitación. 
No había caso, por mas sombra que hubiera, lo único que podía hacer era ver esa sonrisa que, en su brillo, iluminaba todo a su paso. Reímos juntos un rato, charlamos de aquellas cosas que la vida quiso que hiciéramos, y recordamos algunos momentos de felicidad, y yo no podía soltar la vista, nunca pude, y se que te percataste de aquello.

- Que sucede? - Me preguntaste. 

Yo no sentí que pudiese responder eso con palabras, así que respire hondo, mire mi reloj, y te dije la hora. Tu rostro esgrimió una sonrisa confusa, que pronto intente calmar.

- No es lo que sucede, es lo que siempre fue, y lo que siempre quiso que no fuera. No es lo que mis ojos ven, sino lo que mi corazón siente, y hoy, ahogado totalmente en esas aguas, me grita, me grita desesperadamente. No se trata de lo que quieto se queda, sino de lo que libre fluye a destino, sea cual sea. No importa cuanto me esfuerce, no puedo evitar sentir. no puedo evitar reír de felicidad, no puedo evitar lo inevitable. No puedo no dejar que fluya, que todo fluya, que todo... fluya. - 

Y pude ver en tus ojos, espejos de tu razón, que cada palabra había llegado a donde quise enviarlas, y un abrazo, un cálido abrazo nació. 
Las ramas se golpeteaban entre si con el curioso andar del viento que las empujaba, y algunas hojas se despedían de ellas para siempre, aventurándose a un nuevo universo en el éter; y tus cabellos también se dejaron llevar por su pasión, y empezaron a bailar libremente por todo tu rostro, mientras con tus manos intentabas calmar, y como quien trata de parar a una persona eufórica, no lo lograste, pero no te importaba, ni a mi tampoco. Nuestros ojos nunca dejaron de espejarse unos con los otros.
La lógica, la razón, el tiempo y el espacio; el día y la noche, el todo y la nada, nada importaba, solo pude dejar nacer unas tres palabras.

- Puedo dejarme fluir? - Te susurré, y un cálido movimiento de tu cabeza, reposando en mi pecho, encendió mi espíritu. Cómo si nunca hubiéramos dejado de ser solo uno, nos tuvimos mas cerca que nunca, y allí, el tiempo se detuvo para siempre en mi alma: ese tierno beso dejo su marca a fuego por el resto de la eternidad, y los colores festejaban ese sentir tan fuerte, esos sonidos, esas gotas de lluvia que uno tanto quiere los días de calor, y ese hermoso choque de la marea baja sobre los pies desnudos en la arena. Estaban festejando el querer, estaban riendo, estaban sintiendo amor.
Y yo, sin darme cuenta, estaba dándole existencia al día mas grato de mi vida, y si, con tu presencia. Me había dado cuenta, no podía concebir la felicidad sin vos.

Han pasado ya unos años de aquel momento, por lo menos para los demás. Yo aún estoy allí, en la terminal de ómnibus, levantando y agitando mis manos fuertemente, despidiéndote, y esperando a volver a verte al día siguiente, volver a caminar hacia lugares desconocidos, y volver a llenar mi existencia con el combustible mas potente que pudo haber existido jamas, tu sonrisa.
Si, y se que he fallado, pero he vuelto de la nada misma, dispuesto a volver a cargar con la vida misma si es necesario. Nunca pude perdonarme el dejarte ir, y nunca pude olvidarte. Nunca pude remendar mis acciones con mi sufrir, pero ya, aunque sea tarde, pienso subir. Y no me importa recordar tu sonrisa, sabiendo que ya no es tan probable que vaya a volver a vivirla, no me importa, desde lo mas puro de mi ser, voy a aguardar, como antes, y voy a sonreír, como solía hacerlo cuando esperaba tus mensajes. Si, ese mensaje, aún voy a seguir esperando ese mensaje, como hace unos años.

Recuerdas ese mensaje? Iluminaba mi serenidad cada vez que leía sus palabras, palabras dulces que me invitaban a responderte de breve manera, pero no con las palabras que de mi cabeza surgían.
No, responderte no era su trabajo, eso era trabajo del corazón.




"Si, si quiero ir a caminar contigo. 
Nos veremos mañana al mediodía.
Te quiero"



Anónimo.


23 de abril del 2012, Buenos Aires, Argentina.

09 agosto, 2015

Carta decimosegunda: Manifestar


Manifiesto, he dejado de sentir,
dejo de querer, de amar, de ser,
de querer allí estar para luego ver,
de intentar llorar antes de fingir.

Ya no cubro mis ojos, hoy quiero ver,
como todos tus vientos rompen en mi,
y el perplejo retorno de tu rostro gris,
ni una lágrima en mi se atreve a florecer.

Y la imagen allí, encadenada y viva,
yermas intenciones comienza a llenar,
de impuros deseos se empieza a embriagar

Espejos, ves en mis ojos siquiera,
el fulgor opaco de la nada misma,
si has tocado con tu oscura crisma,
mi alma no goza de tu compasión,
ya no escucha de tu dulce canción,
deshecho, ni final aguarda siquiera.

Mas te esfuerzas en mi alma envolver
ah, saber recordar tal sensación,
gestos plásticos para la función,
de letras que bailan en su triste perecer.

Manifiesto, he dejado de sentir
dejo de querer, de amar, de ser,
ya estuve allí, yo supe ser, supe ver,
supe llorar, mas no aprender a fingir.





Anónimo.



29 de febrero del 2008, Buenos Aires, Argentina.