16 marzo, 2015

Carta octava: Amigo.

Sepa usted, mi buen amigo, que no ha tomado la mano equivocada cuando, por mero respeto y cordialidad, la ha estrechado con la suya. No, mi buen amigo, no lo ha hecho. Esa mano, esa bella mano era, en efecto, la que tenía que estrechar, la que seguramente se ha desvanecido en tantos años en los cuales ese simple contacto se ha reemplazado por la suave cobija de un abrazo, o el humano calor de un tierno beso en la mañana; el pícaro juego de dos miradas cruzándose, o el tierno coqueteo de un par de dedos deslizándose con gracia sobre aquel rostro, el rostro mas bello que has visto, sin dudas. Aquel simple contacto que, por mas olvidado que estaba en aquellos momentos, hoy tanto añora de vuelta, aunque no sea por mas que unos míseros segundos, segundos que en lo mas profundo de su alma, seguramente valen eones e incluso mas.

Y es que el amor nunca se desvanece como uno lo crea, porque el recuerdo persiste, mi buen hombre, y persiste como su nombre lo dice, como recuerdo, solo que la gente ha luchado contra si misma durante incontables horas de sus vidas, negando dejar tan bellas capturas en aquel viejo anaquel en el cual suelen guardarlos con ese nombre.
Y allí pecan de errar, querido amigo.

¿Son acaso olvidados como recuerdos? No, mi buen hombre, no serán olvidados jamás, porque esos recuerdos son la viva esencia de su ser.
Entiéndalo, esos recuerdos son usted mismo, y borrarlos de su ser, seria borrar una parte de usted mismo que, en tantos años de paz, ha crecido, madurad, se ha reído y ha llorado, se ha visto caer y ha sabido poder levantarse ante las mas crueles de las adversidades.
Y todos estos instantes han sabido florecer a su lado, gracias a que usted ha decidido estrecharle su mano.

Y aunque ella ya no este aquí, a su lado, una parte de su esencia no solo vive dentro de su corazón, sino que forma parte de el, y aflora con cada latido que, en su incesable conteo, guía su camino con mas seguridad y pasión que el día anterior.
Por eso le digo, con total seguridad, de que ella era para usted, y usted para ella, por esos momentos.

Y ya no es así, pero, ¿Sabe? El corazón jamás se rinde, y por más que hoy en día usted piense que aquel viejo retrato luce mejor en mil pedazos, su corazón tomara pieza por pieza y volverá a dejarlo como estaba, como nunca ha dejado de estarlo, realmente, porque en su alma vive, y nunca va a morir.

Dígame, ¿Realmente quiere deshacerse de esa parte de usted?, Estoy seguro de que no lo desea. Estoy seguro de que no puede.

Estoy seguro de que usted aun ama, pero estoy aún mas seguro de que usted puede volver a sonreír.

Amigo, levante su cabeza, mire al horizonte, y sepa que puede conquistarlo.


Mire, observe al mundo… el mundo es suyo.


14 de Febrero, 1873 - Azul, Buenos Aires.


Anónimo.

11 marzo, 2015

Carta séptima: Pasión.

Ahogado, atrapado en ese mar de sensaciones… no quería salir, pero las situaciones llamaban. Uno no sabe que esperar de un momento a otro, solo sabe que, cuando las cosas se tienen que dar, solo se dan: las cosas suceden porque deben suceder, y así todo fluye, naturalmente, hacia donde debe hacerlo. 
Deja que las cosas sucedan, que las almas choquen entre si, y que todo nazca.

La noche respiraba tranquila, despistada, sin tener una idea de que en, lo que para ella es solo un segundo, nacía una eternidad. Una corta eternidad que se reflejaba en cada cuerpo, cada segundo en el que aquel abrazo no parecía acabarse jamás. La respiración se iba haciendo mas intensa cuando unos labios, aburridos de soledad, encuentran a otros, y deseosos de vida, se acercan lentamente, para comenzar lo hermoso de estar juntos; aquel beso que se transformo en pasión, aquellas caricias que envolvían los cuerpos, se iban transformando lentamente en un mar de sensaciones, un envión de pasión golpeándonos en los rostros, que se concentraban en mirarse, sentirse, vivirse… 
Un mundo en donde un abrazo es un hogar y en donde las manos no respondían a uno, y se dejaban llevar, se disponían a aprender de lo más puro y perverso a la vez y empezaban a bailar, a correr a través de los cuerpos, de las almas… y cuando menos lo espera la vida, somos uno solo: y las miradas, penetrantes como hojas de cristal, se desvanecían ante el sudor que emanaba la existencia, y las voces, pidiendo cada segundo que el tiempo se detenga ahí, para vivir eternamente esa intensidad, esos brazos rodeándome, haciéndome sentir vivo.

Y lo que para la luna fue solo un suspiro, aquí abajo, en el firmamento, fue una eternidad atrapada en un momento, un momento que desea ser más, y se encuentra a la espera de volver a ser momento, para así algún día, sorprender a la eternidad.



22 de Abril, 1938. Barrio de Once, Buenos Aires.