12 febrero, 2015

Carta sexta: Caminar.

"No se puede tener un control absoluto sobre el sentir, no. No hay garantías de que lo que nazca de uno, sea realmente valido para el exterior, pero realmente vale, realmente tiene un peso en los adentros. Y es así porque ya no sirve erguirse ante la nada y querer hacer de ella un todo, porque la nada ya es un todo en si, y nadie, absolutamente nadie esta dispuesto a ver, a sentir, a comprender el esfuerzo que hace uno para marcar ese punto de inflexión en la vida misma. O tal vez no sea del todo cierto.
Ante las frustraciones del camino, puede aparecer un alma que este dispuesta a caminar a nuestro lado, dispuesto a recibir con nosotros aquellos golpes que la indiferencia nos otorga en el periplo natural que transitamos. Y levantando polvo en ese sendero pedrusco, empezamos a crecer; empezamos a vivir, a querer, a mirar y escuchar, a sanar y ser sanado, pero por sobre todas las cosas, empezamos a sentir.
Viendo el vaso medio lleno, tomamos la mano de su compañía y nos adentramos al abismo de la incertidumbre, pero no nos movemos. Confundido, miramos y preguntamos “¿Por qué no me dejas avanzar?”, y el alma responde, sollozando, “No, solo vos no podes avanzar”, y es allí cuando, con total desilusión, mirando hacia abajo, tristes nuestras manos, vemos que nunca hemos tomado la misma del alma, sino que nos hemos aferrado fuertemente al pasado, Si, viendo el vaso medio lleno, somos vasos vacíos.
“¡Ayúdame!”, gritamos mientras vemos como el alma que tanto supimos apreciar se aleja. “¡No me dejes solo, por favor!”, pero es en vano: se ha ido. O mejor dicho, la hemos alejado, por, inconscientemente, negarnos a dejar que forme parte de nuestro presente, aquel presente que tanto negamos.


Estamos destinados a eternos cambios. Cambios, aquellos que negamos por no querer desprendernos de un pasado acogedor que, en su entera esencia, no deja de ser pasado. Pasado, que hemos querido reimplantar en nuestro futuro, olvidándonos de nuestro presente y su verdadero valor. Valor, el que recién aprendimos a valorar cuando nos dimos cuenta de que no se puede vivir del sentir. Sentir, el gatillo que detona la más poderosa ojiva del corazón, el querer. Querer, simplemente querer."


3 de Mayo, 1994. Colonia, Uruguay.


Anónimo

10 febrero, 2015

Carta quinta: Del querer y la desesperación.

"No te das una idea de lo mucho que te pienso, que te sueño, que te imagino nuevamente abrazados en aquella plaza, bajo la sombra de aquel arbolito al cual ignoramos. Todo estaba tan tranquilo, pero a la vez bastaba con girar la cabeza y mirar el bullicioso mundo de ruido a base de motores y desesperanzas… y yo solo sentía el silencio que me atrapaba tenerte al lado, saber que no fue un sueño y que mi mano realmente esta acariciando ese bello rostro, el más lindo que he visto en mi vida. 
No puedo hablar, no quiero hablar, no puedo perturbar el silencio que tanta calma me trae, ese ambiente en el cual un segundo es un eón, una galaxia de eternas sensaciones coreadas al son de la melodía más hermosa: el sonido de tu dulce voz, esa voz que reverbera en mi corazón, haciendo eco en todo mi ser, abrazando mi alma como si nunca fuera a soltarla, a pesar de que solo sea por un segundo. 
Ya no puedo pensar, mi alma pertenece a tus ojos, mi cuerpo a tu ser, mi esencia se desprende de lo más profundo e inexplorado de mi persona y baila alrededor de tu brillar, y junto a aquel ruidoso silencio, mi corazón se vuelve a perder en el tuyo, dejando paso al beso más puro que mi ser es capaz de otorgar, solo para mostrarte lo que de verdad siento.
Y hoy estoy acá, mis ojos se desvanecen entre las dolorosas luces del velador y el humo del tabaco, recostado en mi cama, pensando, reflexionando. ¿Que fue lo que paso? ¿Que fue lo que hice mal? 
Dicen que el corazón no escucha, solo sigue las melodías que le agradan, y sigue, y continua siguiendo cada vez más acelerado hacia un fatal destino, estrellándose violentamente contra la realidad sin el cinturón de seguridad puesto, derramando una última lagrima cuando ve que sabe que todo se acabo, una lagrima con tu nombre, al que el dueño no ha sobrevivido pero su voluntad lo mantiene vivo, cauto, pero vivo dentro de lo que ya no es vida, sino mera existencia, porque él sigue escuchando esas melodías, y a pesar de ya no sentir, se sigue moviendo, ya mucho más lento, hacia ellas, con la esperanza de alguna vez tocar tu corazón y volver a la vida, la vida pura que siempre soñó tener. 
Y acá sigo, recostado, triste por haber fallado pero orgulloso por haberlo intentado, aunque con un gran vacío en el corazón: siento que ya no tengo nada, ya no siento nada, cuando lo único que de verdad quiero es sentir esos labios una vez más, aunque sea una vez más…


Querer es vivir, vivir es sentir que morir no es no estar, es existir sin sentir el dolor. Querer es dolor. Dolor es vivir. Vivir es amar. Amar es morir."


12 de Agosto, 1980. Quilmes.

Anónimo

07 febrero, 2015

Carta cuarta: Querer y sus consecuencias

"Vi miles de cosas en mi vida, corta vida, pero miles al fin, y aun así nada supera este cielo, cargado de tanto, lleno de estrellas que se miran entre si, como si no pensaran en la eternidad que tienen para mirarse, y sonrientes cada segundo, brillaran por siempre…
Y la luna, sin ser celosa las mira, y con su cálido blanco, las abraza con su luz de noche, como invitándolas a jugar al cielo nocturno, bailando una suite exclusiva para mis ojos, para mi ser, sentado en un frío banco de arena de verano.
Y esas dos pequeñas estrellas parecieran brillar más que las demás, y es que estando tan juntas empiezan a hacerme recordar tantas memorias: que triste es llenarme de vida y perderla en vos; que lindo seria poder apreciar tan magnífica danza de sentimientos a tu lado, así como esas dos estrellas me observan, y con un brillante y fuerte resplandor, lloran. 
¿Cuál será la razón de mi soledad? ¿Cuál sería la gracia de mi existencia, si siento que no vale nada en mis bolsillos, pero si en tus manos? Quisiera poder levantarme y gritar “soy una persona libre”, pero no es así. Cual estrella eterna, te has ganado mi alma, que sin reproche se refugiara eternamente en tu corazón, si solo supiera como entrar. Y ellas dos parecieran hablarme, y sentir mis penas, como si fueran parte de mi, y yo parte de ellas, me llevan a cerrar los ojos y perderme unos segundos de ese baile estelar… segundos que fueron siglos, y que ahora no son nada, ni jamás volverán a ser, pues cual frío vidrio, ya estrellado contra la nada, se quiebra y se rompe lentamente, dejando salir, vehementemente, vientos de pasión que, ya disueltos, no valen nada. 
Y yo tampoco lo valgo, porque al lado de ellas dos, al lado de su eterno ser solo soy solo una miserable gota de existencia, un fugaz paso por el cruel tiempo que, en su afán por destruirme, segundo a segundo se devora mi vida. Si, así como tomaste mi alma, me siento despedazado en mil partes que ya no quieren volver a juntarse porque ya pueden descansar tranquilas, lejos del mayor problema que tenían: el ya cansado corazón. El triste corazón que a pesar de todo siguió luchando por tomar tu dulce mano una vez más. Y las estrellas mostraron su voz, para así mostrarme que que ya en vano seguía luchando, porque mi destino es otro y, junto a aquellas miles de millones de compañeras celestiales, yo seré una estrella, y así, solo, brillare por siempre.

Vi miles de cosas en mi vida, y aunque hayan sido miles, nunca nada borrará tu sonrisa de mi mente… esa hermosa sonrisa que me quito el alma, pero me devolvió las ganas de reírle a la existencia. Por favor, sea a donde sea que vayas, cuida de mi alma."


4 de Noviembre, 1982. Mar del Plata.

Anónimo

Carta tercera: Soledad

"Todavía siento tu suave perfume, flotando cálidamente por mi habitación… con olor a imaginación, tu fragancia nunca se fue, nunca se ira, nunca estuvo. 
Aun te siento respirar, como si nada pasara fuera de este cuarto, y aun así, nunca hayas siquiera entrado. 
Y la luz por la ventana me golpea suavemente, descubriéndome una sonrisa, una sonrisa triste, cual nota flotando en la nada, descubriendo lo frágil del alma, lo débil que es un corazón, que contento llora, sabiendo que esta por morir, como la sonrisa que se cae y se reparte entre la soledad totalmente destrozado en mil pedazos…Amor, no puedo prometer ser tu luz, si me hiciste ser tu oscuridad... pero al final no podrás decir que no lo intente."


22 de Abril, 2005

Anónimo

05 febrero, 2015

Carta segunda: De los trenes.

“… Tres de la tarde, la lluvia cae como ansiosa por tocar el triste suelo, rebosante de grises
hojas muertas. El ruido de los trenes ya no me molesta, ya no logra que vibre ni una sola sensación en mis ya congelados huesos, cimientos y estructura única de este arruinado y pálido cuerpo que, tiritante de frió, sentado en este banco viejo de la estación, espera aquel único aliento esperanzador, aquella única mirada de calidez que necesita.
Se supone que ya no queda nada, mi cuerpo no responde: mis ojos ya no ven sino lo que quieren; mis oídos a duras penas pueden escuchar con dificultad un amable pedido “disculpe ¿podría decirme la hora?”, el cual mi voz, resquebrajada y gastada de gritar tu nombre responde con la misma amabilidad que pudo escuchar, sin pena ni gloria, una cortesía que nunca merecí.

¿Por qué aun la gente se apiada de mi? ¿Por qué aun se apiadan de mi alma, si esta ya no me pertenece?
Y es que se que un día, uno de estos días vas a volver, vas a bajar del tren de las tres de la tarde, como me prometiste hace ya veinte años, vas a volver a tomar mis manos, y vas a darme aunque sea aquel último beso, lo único que necesito para estar en paz… yo lo sé  ¡me lo prometiste!
Y aunque muy en el fondo sepa que todo esto es una ilusión, una única lagrima cae de mis ya vidriosos ojos y se va… se va junto con aquellas ansiosas gotitas, capaz para apaciguar su tristeza bailando con ellas, en ese hermoso encuentro que tienen con la realidad, la dura realidad de estrellarse bruscamente contra el suelo… y yo, ya sin ella, te sigo esperando.

Te sigo esperando…”

1 de Mayo, 1942, Buenos Aires, Argentina.

Anónimo.

04 febrero, 2015

Carta primera: Aquel que buscó, aquel que encontró, aquel que perdió.

Dejarlo salir; cerrar los ojos, apretar los puños, fuerte, como si no quisiera soltar ni un vestigio de lo que se que haya estado tomando, sin siquiera tener interés en saberlo, ahora erguido en posición para evitar la encorvada marca de la debilidad que me representó por incontables medidas de tiempo, ¿minutos acaso?.
Una enorme bocanada de aire, aire que casi instantáneamente es devuelta al éter por mi nariz, en forma visible como vapor causa del otoño frió e inmoral conmigo, no mas de lo normal pero lo suficiente como para mostrar junto a mi ruborizada piel, azotada por los gélidos vientos de la tarde, que estoy dispuesto a todo.

“Ya ha pasado mucho tiempo, jamas creí que este momento llegaría, ¡No puedo explicarte nada! No siento que pueda siquiera abrir la boca, pronunciar una palabra, esgrimir algún gesto o siquiera devolverte el favor de estar dentro de mi universo... Pero quiero que observes y sientas lo que yo estoy sintiendo.


Y sin terminar de hablar, una pequeña y picara lagrima escapa de uno de mis ojos, y yo sin poder hacer nada para evitarlo, quiebro en mil pedazos.

Tratar de frenar a una lagrima es tratar de no apuntar el cañón a la cabeza, sino al corazón. 


3 de febrero, 1994, Buenos Aires.

Anónimo.