"No se puede tener un control absoluto sobre el sentir, no. No
hay garantías de que lo que nazca de uno, sea realmente valido para el
exterior, pero realmente vale, realmente tiene un peso en los adentros. Y es así
porque ya no sirve erguirse ante la nada y querer hacer de ella un todo, porque
la nada ya es un todo en si, y nadie, absolutamente nadie esta dispuesto a ver,
a sentir, a comprender el esfuerzo que hace uno para marcar ese punto de
inflexión en la vida misma. O tal vez no sea del todo cierto.
Ante las frustraciones del camino, puede aparecer un alma
que este dispuesta a caminar a nuestro lado, dispuesto a recibir con nosotros
aquellos golpes que la indiferencia nos otorga en el periplo natural que
transitamos. Y levantando polvo en ese sendero pedrusco, empezamos a crecer;
empezamos a vivir, a querer, a mirar y escuchar, a sanar y ser sanado, pero por
sobre todas las cosas, empezamos a sentir.
Viendo el vaso medio lleno, tomamos la mano de su compañía y
nos adentramos al abismo de la incertidumbre, pero no nos movemos. Confundido,
miramos y preguntamos “¿Por qué no me dejas avanzar?”, y el alma responde,
sollozando, “No, solo vos no podes avanzar”, y es allí cuando, con total desilusión,
mirando hacia abajo, tristes nuestras manos, vemos que nunca hemos tomado la
misma del alma, sino que nos hemos aferrado fuertemente al pasado, Si, viendo
el vaso medio lleno, somos vasos vacíos.
“¡Ayúdame!”, gritamos mientras vemos como el alma que tanto
supimos apreciar se aleja. “¡No me dejes solo, por favor!”, pero es en vano: se ha ido. O mejor dicho, la hemos alejado, por, inconscientemente, negarnos a dejar que forme parte de nuestro presente, aquel presente que tanto negamos.
Estamos destinados a eternos cambios. Cambios, aquellos que
negamos por no querer desprendernos de un pasado acogedor que, en su entera
esencia, no deja de ser pasado. Pasado, que hemos querido reimplantar en
nuestro futuro, olvidándonos de nuestro presente y su verdadero valor. Valor,
el que recién aprendimos a valorar cuando nos dimos cuenta de que no se puede
vivir del sentir. Sentir, el gatillo que detona la más poderosa ojiva del corazón,
el querer. Querer, simplemente querer."
3 de Mayo, 1994. Colonia, Uruguay.
Anónimo