29 diciembre, 2015

Carta decimosexta: Querer crecer

Si las estrellas pudiesen gritar... si bajo su luz, ese halo de calidez que tanto anhelas, que tan lejos parece estar, pudieras abrir los ojos, ¿Crees que existir te llevaría a brillar?
Porque han sido incontables las horas en tu vida en las que te has esforzado en estar apagado. ¿Miedo quizás? Realmente no importa saberlo.

Eternos fueron los gestos de decepción en tu rostro, ese marco que siempre eligió cubrir sus obras por temor a que en ellas se reflejasen los mas tristes recuerdos, recuerdos que siempre desterrados de tu esencia has mantenido, ignorando que a pesar de todo siempre estuvieron allí, a tu lado, inseparables.

Y ya, si el tiempo te guía a su bar preferido, ¿aceptarías beber con el unos tragos?
Sabes que si lo harías, por mas que también sepas que el estará allí, deseoso de revivir momentos en forma de nostalgia, dolorosa nostalgia que no te importaría abrazar una vez mas

Pero no. Hoy estas aquí, bajo aquel manto nocturno al que llamas cielo, consciente de lo oscuro de tu alma, batiendo las manos como queriendo alcanzar esas estrellas que parecen perforar ese negro cierre, deseando... ¿brillar?
Has elegido sonreír una vez mas, y ello te ha traído aquí, pero, ¿crees que su luz te hará brillar?

Abre los ojos y déjate llevar.

Si las estrellas pudiesen gritar, ¿gritarían tu nombre? 

Sonríe y ve.



Anónimo.


27 de Julio del 1991, Buenos Aires, Argentina.

08 octubre, 2015

Carta decimoquinta: Esencias.

Años, como tristes minutos. Corren, desesperados, por el camino empedrado y maltrecho de la existencia, la esencia del ser que fueron, la esencia que hoy dejaron de intentar ser. Una desmedida y absurda sociedad entre sentimientos y pensamientos le otorga peso a las ruedas que, en su rodar, acaban por destrozar aún más este camino.

Y a mí, poco me importa.

Y al costado del camino, me encuentro yo, taciturno, como si cruzar no tuviera ninguna relevancia, y la diversión en mi vida no sea más que una mera palabra pasajera, junto a todas esas sensaciones demoledoras que transitan aquel deshecho camino, cada vez más intensamente. No tengo interés alguno en sus ideales, solo quiero ser, y a la vez, jamás haber sido, pero me es imposible; siempre que levante la vista, siempre que mis ojos hagan foco hacia el otro lado del camino, voy a ver tu silueta, tu maldita silueta.

Y pensé que poco me importaría, pero no

Con el pasar de los eónes, tu silueta empezó a transformarse en mi única compañía, y no concebía ya la idea de bajar la vista, por miedo a perderte. No, jamás te he tenido, pero el miedo a perderte era más fuerte.

Y el día llego. Ya no lo toleraba más, necesitaba tenerte en frente, tenerte conmigo, cruzar la calle de los sentimientos, la ruta de los pensamientos, y arriesgarme a perderlo todo en el intento, y no dudar. La duda desapareció de mi diccionario, y apoyando, marque la primera huella en el suelo. Aventurado en el momento, tenía que decidir entre bajar la vista y prestar atención al camino, o seguir mirando fijamente tu silueta y dejarme llevar por el destino. Mi miedo, más fuerte que nunca, me hizo decidir casi automáticamente, y no fue necesario nada más: embestido casi al instante, destruido en el momento, mi cuerpo fue arrojado hacia la nada, siendo aplastado por las correosas ruedas del dolor, quien discutía sin fundamentos en su carruaje.

Pero, ¿sabes qué?, jamás he bajado la vista, y hasta que la luz dejo de llenar mis retinas con sus proyecciones de color, he seguido a esa silueta, y no me arrepiento de haber cedido al miedo, puesto que pude ver que aún estabas allí, como si me esperaras. Incluso en mi último aire, me has quitado la soledad…

Y me has hecho despertar de nuevo, en la realidad que tanto anhelo desaparecer de mi sistema.


Y me has hecho despertar de nuevo, para no volver a despertar jamás





Anónimo.




08 de Octubre de 1995, Buenos Aires, Argentina.

23 agosto, 2015

Carta decimocuarta: Y ya sin la vida, respirar.

Ya no siento el aire correr y golpearse en mi rostro; no veo la luz ni me asusta la oscuridad. Ya no entiendo las palabras que de otras bocas nacen, ni siento dolor al mirar atrás. No puedo extrañar corazones que me han tocado, ni puedo sentarme a tu lado sin confesar que no puedo reconocerte, no te puedo admirar, mis ojos ya no quieren, no te puedo ver.

Y es que ya mi alma decidió partir, apuesto mi nula existencia a su razón, ese deseo inquebrantable de volverse a topar con tu esencia y, de esa manera, volver a ser uno.
Y es que, en su eterno egoísmo, mi alma se olvido de mi, y me dejo aquí, totalmente desolado, y atrapado en este recinto de huesos y piel, vacío de cualquier sensación, transformándome en esto que se mueve hacia ningún lugar, choca con las paredes del llanto y vocifera casi mudo que ya no es nadie, y que ser nada lo abruma, y nadie lo nota, nadie jamas lo va a notar.

Siento como mis pulmones se acercan a sus últimos esfuerzos; mi corazón ya no late para alimentar un cuerpo, y esta dispuesto a parar, como ya lo ha hecho antes, cuando paró por primera vez.
No recuerdo cuando sucedió, ni como fue que pasó, pero eso no tiene valor, no tiene importancia ahora. De hecho, ya nada lo tiene, y por mas que ya no sienta, como si las incoherencias que me absorben cobraran vida y se dedicaran a hacer de mi vida una eterna ironía, eso me despierta y me pone a funcionar una vez mas. Y, con mis ojos ciegos, y mis mudas palabras, te observo y te recuerdo, si, ¡Te recuerdo!. Te recuerdo como lo supe hacer antes, tiempo antes de tu viaje, cuando aún en las mas frías noches podías decirme "dulces sueños"; cuando aun podía decirte "te quiero", luego de cada abrazo inesperado. Cuando no hacía falta ni siquiera decir una palabra para mostrarte mis sentimientos mas profundos, y, en austera presencia, sentir como me brindabas tus últimos calores para así poderme ver sonreír una vez mas.

Con lagrimas en mi rostro congelado por la frialdad de mis acciones, te veo y sonrío: ya no estas mas sentada a mi lado, pero yo allí te veo, acariciando mis manos, susurrándome al oído "ya pronto, mi amor. Ya pronto", y la impaciencia, el ansia de volver a reposar mi cabeza en tu pecho, de volver a sentir tus brazos cálidos protegiéndome de todo mal, de volver a, de volver a sentirte... es cada vez mas, y mas fuerte. Ya pronto, amor, ya pronto volveré a mirarte a los ojos, solo para cerrarlos y dejarme llevar por tu ser, hacia todos esos cielos que nos prometimos pintar.

He vivido años sin tu presencia a mi lado, y todo ese sentido cobrado se desvaneció. He caminado largos empedrados y jamas a ningún lado he llegado a arribar. Y es que desde ese día he vivido muerto, pues cuando caíste, mi arma apunto a mi cabeza, y cuando cerraste tus ojos, tus preciosos ojos por ultima vez, y sin darme cuenta, yo... ya había gatillado.




Anónimo.


24 de agosto del 1990, Buenos Aires, Argentina.

19 agosto, 2015

Carta decimotercera: De la eternidad de una sonrisa.

Era media tarde, una bonita tarde por cierto. Nos dirigíamos hacia una plaza con la excusa de descansar un rato, habíamos tenido una larga mañana llena de caminatas y tramites que necesitabas hacer. Sinceramente, nunca supe muy bien hacia donde ibas, ni que tenias que hacer, solo me interesaba estar sincronizando mis pasos con los tuyos, dejando que tu viento sople y me empuje hacia donde fuera, pero que me empuje siempre con vos. Y cada paso, cada metro, cada cuadra llena de esas pequeñas alegrías que tanto supiste apreciar, que hacían despertar en vos esa sonrisa tan radiante, valía oro para mi, porque era mi meta, siempre la fue: verte sonreír.
Ya en la plaza, los arboles parecían casi querer llamarnos, invitándonos a su sombra tan cálida, protegiéndonos del abrumante sol de aquel verano y, dentro de su fortaleza de sombras frescas, un banco parecía reservado para nosotros, y no debíamos hacerlo esperar, por lo que aceptamos su invitación. 
No había caso, por mas sombra que hubiera, lo único que podía hacer era ver esa sonrisa que, en su brillo, iluminaba todo a su paso. Reímos juntos un rato, charlamos de aquellas cosas que la vida quiso que hiciéramos, y recordamos algunos momentos de felicidad, y yo no podía soltar la vista, nunca pude, y se que te percataste de aquello.

- Que sucede? - Me preguntaste. 

Yo no sentí que pudiese responder eso con palabras, así que respire hondo, mire mi reloj, y te dije la hora. Tu rostro esgrimió una sonrisa confusa, que pronto intente calmar.

- No es lo que sucede, es lo que siempre fue, y lo que siempre quiso que no fuera. No es lo que mis ojos ven, sino lo que mi corazón siente, y hoy, ahogado totalmente en esas aguas, me grita, me grita desesperadamente. No se trata de lo que quieto se queda, sino de lo que libre fluye a destino, sea cual sea. No importa cuanto me esfuerce, no puedo evitar sentir. no puedo evitar reír de felicidad, no puedo evitar lo inevitable. No puedo no dejar que fluya, que todo fluya, que todo... fluya. - 

Y pude ver en tus ojos, espejos de tu razón, que cada palabra había llegado a donde quise enviarlas, y un abrazo, un cálido abrazo nació. 
Las ramas se golpeteaban entre si con el curioso andar del viento que las empujaba, y algunas hojas se despedían de ellas para siempre, aventurándose a un nuevo universo en el éter; y tus cabellos también se dejaron llevar por su pasión, y empezaron a bailar libremente por todo tu rostro, mientras con tus manos intentabas calmar, y como quien trata de parar a una persona eufórica, no lo lograste, pero no te importaba, ni a mi tampoco. Nuestros ojos nunca dejaron de espejarse unos con los otros.
La lógica, la razón, el tiempo y el espacio; el día y la noche, el todo y la nada, nada importaba, solo pude dejar nacer unas tres palabras.

- Puedo dejarme fluir? - Te susurré, y un cálido movimiento de tu cabeza, reposando en mi pecho, encendió mi espíritu. Cómo si nunca hubiéramos dejado de ser solo uno, nos tuvimos mas cerca que nunca, y allí, el tiempo se detuvo para siempre en mi alma: ese tierno beso dejo su marca a fuego por el resto de la eternidad, y los colores festejaban ese sentir tan fuerte, esos sonidos, esas gotas de lluvia que uno tanto quiere los días de calor, y ese hermoso choque de la marea baja sobre los pies desnudos en la arena. Estaban festejando el querer, estaban riendo, estaban sintiendo amor.
Y yo, sin darme cuenta, estaba dándole existencia al día mas grato de mi vida, y si, con tu presencia. Me había dado cuenta, no podía concebir la felicidad sin vos.

Han pasado ya unos años de aquel momento, por lo menos para los demás. Yo aún estoy allí, en la terminal de ómnibus, levantando y agitando mis manos fuertemente, despidiéndote, y esperando a volver a verte al día siguiente, volver a caminar hacia lugares desconocidos, y volver a llenar mi existencia con el combustible mas potente que pudo haber existido jamas, tu sonrisa.
Si, y se que he fallado, pero he vuelto de la nada misma, dispuesto a volver a cargar con la vida misma si es necesario. Nunca pude perdonarme el dejarte ir, y nunca pude olvidarte. Nunca pude remendar mis acciones con mi sufrir, pero ya, aunque sea tarde, pienso subir. Y no me importa recordar tu sonrisa, sabiendo que ya no es tan probable que vaya a volver a vivirla, no me importa, desde lo mas puro de mi ser, voy a aguardar, como antes, y voy a sonreír, como solía hacerlo cuando esperaba tus mensajes. Si, ese mensaje, aún voy a seguir esperando ese mensaje, como hace unos años.

Recuerdas ese mensaje? Iluminaba mi serenidad cada vez que leía sus palabras, palabras dulces que me invitaban a responderte de breve manera, pero no con las palabras que de mi cabeza surgían.
No, responderte no era su trabajo, eso era trabajo del corazón.




"Si, si quiero ir a caminar contigo. 
Nos veremos mañana al mediodía.
Te quiero"



Anónimo.


23 de abril del 2012, Buenos Aires, Argentina.

09 agosto, 2015

Carta decimosegunda: Manifestar


Manifiesto, he dejado de sentir,
dejo de querer, de amar, de ser,
de querer allí estar para luego ver,
de intentar llorar antes de fingir.

Ya no cubro mis ojos, hoy quiero ver,
como todos tus vientos rompen en mi,
y el perplejo retorno de tu rostro gris,
ni una lágrima en mi se atreve a florecer.

Y la imagen allí, encadenada y viva,
yermas intenciones comienza a llenar,
de impuros deseos se empieza a embriagar

Espejos, ves en mis ojos siquiera,
el fulgor opaco de la nada misma,
si has tocado con tu oscura crisma,
mi alma no goza de tu compasión,
ya no escucha de tu dulce canción,
deshecho, ni final aguarda siquiera.

Mas te esfuerzas en mi alma envolver
ah, saber recordar tal sensación,
gestos plásticos para la función,
de letras que bailan en su triste perecer.

Manifiesto, he dejado de sentir
dejo de querer, de amar, de ser,
ya estuve allí, yo supe ser, supe ver,
supe llorar, mas no aprender a fingir.





Anónimo.



29 de febrero del 2008, Buenos Aires, Argentina.

03 julio, 2015

Carta decimoprimera: Del ser acompañado por la soledad.

Volver a abrir los ojos, abandonar el reino de mis pasiones, el de mis sueños, el de los sueños en los que solo tu persona se mueve como tiene ganas de hacerlo, donde gobierna por sobre todas mis otras pasiones… para llenar el vivido “en este momento” con un suspiro que ya no siente tener el valor suficiente para decir tu nombre.

Y es que cada paso que doy, cada paisaje que guardo en mis retinas, cada segundo que cuento en mi reloj es imaginarlo a tu lado, y duele ver a la realidad jugando a los dados con mi existencia entre sus apuestas, siempre perdiendo.

Hoy no es ayer, pero todavía cierro los ojos deseando que mañana si lo sea, aunque sea solo por un rato, para poder tener el coraje, el valor de mirarte a los ojos y dejarme llevar… eso no va a suceder, no. Pero no importa, porque todas las noches son días de sol, de nuevas oportunidades en mi propio universo, en el que si estas, en el que sé que puedo volver a animar a mi alma a acercarme a vos.

Ayer no es hoy, y nunca vi el camino que me dejara acercarme a tu corazón, pero esta noche es distinta, y aunque sea en mis sueños, sé que voy a tomar tu mano y a decirte, de una vez por todas, que te necesito.


Puede que nunca hayas estado, pero nunca me has faltado




Anónimo.



9 de marzo del 2014, Buenos Aires, Argentina.

30 mayo, 2015

Carta décima: Del desprecio al corazón y el volver a nacer.

Las manos, nuestras manos. Eran nuestras manos las que se juntaban y se agarraban con fuerza, lo recuerdo bien. ¿Tú no lo recuerdas? Jajaja, no debería sorprenderme. Tampoco a ti debería sorprenderte, las sensaciones ya han desaparecido, ¿no es verdad?

Ha pasado ya mucho tiempo, querida, desde la ultima vez en la que sentí el falso calor de una mano fría, pero sin embargo esas sensaciones se apersonan inmediatamente cuando recuerdo tu ser: no me has dado nada, y a cambio de ese vacío, te has llevado todo lo que has podido de mi, y me has dejado sin nada, sin absolutamente nada. No has tenido piedad alguna, y como la navaja mas oxidada de todas entra en la herida solo para salir dejando una horrible muestra de destrucción en la carne, dentro de un halo de sangre, has pasado por mi, destrozándome en el paso, dejándome como a un miserable ser sin alma, sin fuerzas, sin vida.

Realmente no me sorprende que no lo recuerdes, pero me ofende en demasía. ¿Tan poco valor ha tenido lo que me has quitado? ¿Tan tristes han sido mis emociones, que no te han valido nada? ¿Realmente piensas que te has olvidado de mí?
Y se que lo he dado todo, y se que lo que he dado, lo he dado de corazón, con una sinceridad que jamás he vuelto a ver en mi ser, y me duele, me duele porque a cambio de mis sentimientos, he recibido el vacío mas grande de mi vida.

No, no estoy aquí solo para reprochar y exclamar quejas hacia ti, no. Estoy aquí para avisarte que no tengo ningún resentimiento. Yo ya no existo, ya no pertenezco a este plano, pero tu si, y heme aquí advirtiéndote: caerás. 
Conocerás los mas oscuros pasajes de la tristeza, y del llanto no nacerán mas lágrimas. Cada segundo de dolor se te hará eterno y no habrá ninguna salida viable… a no ser que desees de una vez por todas, cambiar tu actitud.

Te has llevado infinidad de almas contigo, y no puedes devolverlas, pero puedes honrarlas. Dales un lugar en tu memoria, en tu corazón, y así podrás descansar.
Podrás haberme quitado todo, pero aún así todavía deseo que sigas de pie.
Podrás haberme destruido, pero así y todo todavía quiero verte frente a todo.
Podrás haberte ganado mi desprecio, pero estos sentimientos ya no existen.
No hay motivos por el cual no puedas volver a desplegar tus alas y quitarte aquello que te ha cegado tanto tiempo, así que, por favor, despierta una vez mas.

Por favor, vuelve a abrir los ojos.
Por favor. No lo hagas por mí, hazlo por ti.


Por favor, vive.


31 de Agosto, 1890, Buenos Aires.



Anónimo.

02 mayo, 2015

Carta novena: De la distancia y el corazón por sobre ella.

Muchas vidas caben en un rato, dicen, y sin embargo, solo con que seamos dos vidas en estos eternos minutos, a mi me alcanza para levantarme, porque se que te vas a levantar conmigo. ¿Te levantarías conmigo?

No había pasado mucho tiempo desde que sentí que no estaba perdiendo mi tiempo otra vez. Abrí mis ojos y decidí, desde mi razón, elevar al éter unas simples vibraciones que se plasmaban en un cordial "hola", sin esperar nada a cambio, realmente.

Jamás podría siquiera haber imaginado que estaba saludando a la vida misma, la vida que siempre anhele, la que siempre quise que se acerque y la que siempre busque para llenar todos esos huecos llenos de puntas desparejas y filosas que dejaron las balas de la realidad. Y es así, porque al darme vuelta para retirarme, sentí tu mano en mi hombro, y un cálido susurro me decía "quedate, por favor".

Y luego, con el correr de las horas dentro de las horas, de los días dentro de los días, de las semanas dentro de las semanas, deje deslizar mi corazón hacía tus manos, arriesgándome a perderlo todo, a verlo nuevamente llorar mientras es destrozado sin piedad... pero jamás iba a imaginar que lo vería ser acogido y abrazado, jamás hubiese siquiera imaginado que, frente mis ojos a los tuyos, en el mas cálido de los universos, me dirías que me amabas.

Y todavía me desvivo preguntándome si realmente existes, y siendo que mi corazón lo afirma, me desarmo soñando en poder, de una vez por todas, poder tomar esas manos y llevarte a caminar, a caminar solo un rato, viviendo el silencio de nuestras miradas y el sabor de un simple cariño, un cariño sincero que tanto bien podría hacerme, que tanto necesito...

Y mientras sienta tus manos sin sentirlas, mientras vea tu rostro sin poder tocarlo, y aun así llenarme de esas sensaciones tan hermosas, tan jubilosas que me hacen sonreír, ver colores hermosos en donde solo había oscuridad... y es por ello que, sin siquiera saber que existes, te extraño cada día mas.

Muchas vidas caben en un rato, dicen. Pero solo con las nuestras, me alcanza. 


Porque se que yo estaré allí cuando el universo menos se lo espere.

Porque se que siempre estuve allí.

Contigo.

Siempre.



5 de Octubre, 2011, Quilmes, Buenos Aires.



16 marzo, 2015

Carta octava: Amigo.

Sepa usted, mi buen amigo, que no ha tomado la mano equivocada cuando, por mero respeto y cordialidad, la ha estrechado con la suya. No, mi buen amigo, no lo ha hecho. Esa mano, esa bella mano era, en efecto, la que tenía que estrechar, la que seguramente se ha desvanecido en tantos años en los cuales ese simple contacto se ha reemplazado por la suave cobija de un abrazo, o el humano calor de un tierno beso en la mañana; el pícaro juego de dos miradas cruzándose, o el tierno coqueteo de un par de dedos deslizándose con gracia sobre aquel rostro, el rostro mas bello que has visto, sin dudas. Aquel simple contacto que, por mas olvidado que estaba en aquellos momentos, hoy tanto añora de vuelta, aunque no sea por mas que unos míseros segundos, segundos que en lo mas profundo de su alma, seguramente valen eones e incluso mas.

Y es que el amor nunca se desvanece como uno lo crea, porque el recuerdo persiste, mi buen hombre, y persiste como su nombre lo dice, como recuerdo, solo que la gente ha luchado contra si misma durante incontables horas de sus vidas, negando dejar tan bellas capturas en aquel viejo anaquel en el cual suelen guardarlos con ese nombre.
Y allí pecan de errar, querido amigo.

¿Son acaso olvidados como recuerdos? No, mi buen hombre, no serán olvidados jamás, porque esos recuerdos son la viva esencia de su ser.
Entiéndalo, esos recuerdos son usted mismo, y borrarlos de su ser, seria borrar una parte de usted mismo que, en tantos años de paz, ha crecido, madurad, se ha reído y ha llorado, se ha visto caer y ha sabido poder levantarse ante las mas crueles de las adversidades.
Y todos estos instantes han sabido florecer a su lado, gracias a que usted ha decidido estrecharle su mano.

Y aunque ella ya no este aquí, a su lado, una parte de su esencia no solo vive dentro de su corazón, sino que forma parte de el, y aflora con cada latido que, en su incesable conteo, guía su camino con mas seguridad y pasión que el día anterior.
Por eso le digo, con total seguridad, de que ella era para usted, y usted para ella, por esos momentos.

Y ya no es así, pero, ¿Sabe? El corazón jamás se rinde, y por más que hoy en día usted piense que aquel viejo retrato luce mejor en mil pedazos, su corazón tomara pieza por pieza y volverá a dejarlo como estaba, como nunca ha dejado de estarlo, realmente, porque en su alma vive, y nunca va a morir.

Dígame, ¿Realmente quiere deshacerse de esa parte de usted?, Estoy seguro de que no lo desea. Estoy seguro de que no puede.

Estoy seguro de que usted aun ama, pero estoy aún mas seguro de que usted puede volver a sonreír.

Amigo, levante su cabeza, mire al horizonte, y sepa que puede conquistarlo.


Mire, observe al mundo… el mundo es suyo.


14 de Febrero, 1873 - Azul, Buenos Aires.


Anónimo.

11 marzo, 2015

Carta séptima: Pasión.

Ahogado, atrapado en ese mar de sensaciones… no quería salir, pero las situaciones llamaban. Uno no sabe que esperar de un momento a otro, solo sabe que, cuando las cosas se tienen que dar, solo se dan: las cosas suceden porque deben suceder, y así todo fluye, naturalmente, hacia donde debe hacerlo. 
Deja que las cosas sucedan, que las almas choquen entre si, y que todo nazca.

La noche respiraba tranquila, despistada, sin tener una idea de que en, lo que para ella es solo un segundo, nacía una eternidad. Una corta eternidad que se reflejaba en cada cuerpo, cada segundo en el que aquel abrazo no parecía acabarse jamás. La respiración se iba haciendo mas intensa cuando unos labios, aburridos de soledad, encuentran a otros, y deseosos de vida, se acercan lentamente, para comenzar lo hermoso de estar juntos; aquel beso que se transformo en pasión, aquellas caricias que envolvían los cuerpos, se iban transformando lentamente en un mar de sensaciones, un envión de pasión golpeándonos en los rostros, que se concentraban en mirarse, sentirse, vivirse… 
Un mundo en donde un abrazo es un hogar y en donde las manos no respondían a uno, y se dejaban llevar, se disponían a aprender de lo más puro y perverso a la vez y empezaban a bailar, a correr a través de los cuerpos, de las almas… y cuando menos lo espera la vida, somos uno solo: y las miradas, penetrantes como hojas de cristal, se desvanecían ante el sudor que emanaba la existencia, y las voces, pidiendo cada segundo que el tiempo se detenga ahí, para vivir eternamente esa intensidad, esos brazos rodeándome, haciéndome sentir vivo.

Y lo que para la luna fue solo un suspiro, aquí abajo, en el firmamento, fue una eternidad atrapada en un momento, un momento que desea ser más, y se encuentra a la espera de volver a ser momento, para así algún día, sorprender a la eternidad.



22 de Abril, 1938. Barrio de Once, Buenos Aires.

12 febrero, 2015

Carta sexta: Caminar.

"No se puede tener un control absoluto sobre el sentir, no. No hay garantías de que lo que nazca de uno, sea realmente valido para el exterior, pero realmente vale, realmente tiene un peso en los adentros. Y es así porque ya no sirve erguirse ante la nada y querer hacer de ella un todo, porque la nada ya es un todo en si, y nadie, absolutamente nadie esta dispuesto a ver, a sentir, a comprender el esfuerzo que hace uno para marcar ese punto de inflexión en la vida misma. O tal vez no sea del todo cierto.
Ante las frustraciones del camino, puede aparecer un alma que este dispuesta a caminar a nuestro lado, dispuesto a recibir con nosotros aquellos golpes que la indiferencia nos otorga en el periplo natural que transitamos. Y levantando polvo en ese sendero pedrusco, empezamos a crecer; empezamos a vivir, a querer, a mirar y escuchar, a sanar y ser sanado, pero por sobre todas las cosas, empezamos a sentir.
Viendo el vaso medio lleno, tomamos la mano de su compañía y nos adentramos al abismo de la incertidumbre, pero no nos movemos. Confundido, miramos y preguntamos “¿Por qué no me dejas avanzar?”, y el alma responde, sollozando, “No, solo vos no podes avanzar”, y es allí cuando, con total desilusión, mirando hacia abajo, tristes nuestras manos, vemos que nunca hemos tomado la misma del alma, sino que nos hemos aferrado fuertemente al pasado, Si, viendo el vaso medio lleno, somos vasos vacíos.
“¡Ayúdame!”, gritamos mientras vemos como el alma que tanto supimos apreciar se aleja. “¡No me dejes solo, por favor!”, pero es en vano: se ha ido. O mejor dicho, la hemos alejado, por, inconscientemente, negarnos a dejar que forme parte de nuestro presente, aquel presente que tanto negamos.


Estamos destinados a eternos cambios. Cambios, aquellos que negamos por no querer desprendernos de un pasado acogedor que, en su entera esencia, no deja de ser pasado. Pasado, que hemos querido reimplantar en nuestro futuro, olvidándonos de nuestro presente y su verdadero valor. Valor, el que recién aprendimos a valorar cuando nos dimos cuenta de que no se puede vivir del sentir. Sentir, el gatillo que detona la más poderosa ojiva del corazón, el querer. Querer, simplemente querer."


3 de Mayo, 1994. Colonia, Uruguay.


Anónimo

10 febrero, 2015

Carta quinta: Del querer y la desesperación.

"No te das una idea de lo mucho que te pienso, que te sueño, que te imagino nuevamente abrazados en aquella plaza, bajo la sombra de aquel arbolito al cual ignoramos. Todo estaba tan tranquilo, pero a la vez bastaba con girar la cabeza y mirar el bullicioso mundo de ruido a base de motores y desesperanzas… y yo solo sentía el silencio que me atrapaba tenerte al lado, saber que no fue un sueño y que mi mano realmente esta acariciando ese bello rostro, el más lindo que he visto en mi vida. 
No puedo hablar, no quiero hablar, no puedo perturbar el silencio que tanta calma me trae, ese ambiente en el cual un segundo es un eón, una galaxia de eternas sensaciones coreadas al son de la melodía más hermosa: el sonido de tu dulce voz, esa voz que reverbera en mi corazón, haciendo eco en todo mi ser, abrazando mi alma como si nunca fuera a soltarla, a pesar de que solo sea por un segundo. 
Ya no puedo pensar, mi alma pertenece a tus ojos, mi cuerpo a tu ser, mi esencia se desprende de lo más profundo e inexplorado de mi persona y baila alrededor de tu brillar, y junto a aquel ruidoso silencio, mi corazón se vuelve a perder en el tuyo, dejando paso al beso más puro que mi ser es capaz de otorgar, solo para mostrarte lo que de verdad siento.
Y hoy estoy acá, mis ojos se desvanecen entre las dolorosas luces del velador y el humo del tabaco, recostado en mi cama, pensando, reflexionando. ¿Que fue lo que paso? ¿Que fue lo que hice mal? 
Dicen que el corazón no escucha, solo sigue las melodías que le agradan, y sigue, y continua siguiendo cada vez más acelerado hacia un fatal destino, estrellándose violentamente contra la realidad sin el cinturón de seguridad puesto, derramando una última lagrima cuando ve que sabe que todo se acabo, una lagrima con tu nombre, al que el dueño no ha sobrevivido pero su voluntad lo mantiene vivo, cauto, pero vivo dentro de lo que ya no es vida, sino mera existencia, porque él sigue escuchando esas melodías, y a pesar de ya no sentir, se sigue moviendo, ya mucho más lento, hacia ellas, con la esperanza de alguna vez tocar tu corazón y volver a la vida, la vida pura que siempre soñó tener. 
Y acá sigo, recostado, triste por haber fallado pero orgulloso por haberlo intentado, aunque con un gran vacío en el corazón: siento que ya no tengo nada, ya no siento nada, cuando lo único que de verdad quiero es sentir esos labios una vez más, aunque sea una vez más…


Querer es vivir, vivir es sentir que morir no es no estar, es existir sin sentir el dolor. Querer es dolor. Dolor es vivir. Vivir es amar. Amar es morir."


12 de Agosto, 1980. Quilmes.

Anónimo

07 febrero, 2015

Carta cuarta: Querer y sus consecuencias

"Vi miles de cosas en mi vida, corta vida, pero miles al fin, y aun así nada supera este cielo, cargado de tanto, lleno de estrellas que se miran entre si, como si no pensaran en la eternidad que tienen para mirarse, y sonrientes cada segundo, brillaran por siempre…
Y la luna, sin ser celosa las mira, y con su cálido blanco, las abraza con su luz de noche, como invitándolas a jugar al cielo nocturno, bailando una suite exclusiva para mis ojos, para mi ser, sentado en un frío banco de arena de verano.
Y esas dos pequeñas estrellas parecieran brillar más que las demás, y es que estando tan juntas empiezan a hacerme recordar tantas memorias: que triste es llenarme de vida y perderla en vos; que lindo seria poder apreciar tan magnífica danza de sentimientos a tu lado, así como esas dos estrellas me observan, y con un brillante y fuerte resplandor, lloran. 
¿Cuál será la razón de mi soledad? ¿Cuál sería la gracia de mi existencia, si siento que no vale nada en mis bolsillos, pero si en tus manos? Quisiera poder levantarme y gritar “soy una persona libre”, pero no es así. Cual estrella eterna, te has ganado mi alma, que sin reproche se refugiara eternamente en tu corazón, si solo supiera como entrar. Y ellas dos parecieran hablarme, y sentir mis penas, como si fueran parte de mi, y yo parte de ellas, me llevan a cerrar los ojos y perderme unos segundos de ese baile estelar… segundos que fueron siglos, y que ahora no son nada, ni jamás volverán a ser, pues cual frío vidrio, ya estrellado contra la nada, se quiebra y se rompe lentamente, dejando salir, vehementemente, vientos de pasión que, ya disueltos, no valen nada. 
Y yo tampoco lo valgo, porque al lado de ellas dos, al lado de su eterno ser solo soy solo una miserable gota de existencia, un fugaz paso por el cruel tiempo que, en su afán por destruirme, segundo a segundo se devora mi vida. Si, así como tomaste mi alma, me siento despedazado en mil partes que ya no quieren volver a juntarse porque ya pueden descansar tranquilas, lejos del mayor problema que tenían: el ya cansado corazón. El triste corazón que a pesar de todo siguió luchando por tomar tu dulce mano una vez más. Y las estrellas mostraron su voz, para así mostrarme que que ya en vano seguía luchando, porque mi destino es otro y, junto a aquellas miles de millones de compañeras celestiales, yo seré una estrella, y así, solo, brillare por siempre.

Vi miles de cosas en mi vida, y aunque hayan sido miles, nunca nada borrará tu sonrisa de mi mente… esa hermosa sonrisa que me quito el alma, pero me devolvió las ganas de reírle a la existencia. Por favor, sea a donde sea que vayas, cuida de mi alma."


4 de Noviembre, 1982. Mar del Plata.

Anónimo

Carta tercera: Soledad

"Todavía siento tu suave perfume, flotando cálidamente por mi habitación… con olor a imaginación, tu fragancia nunca se fue, nunca se ira, nunca estuvo. 
Aun te siento respirar, como si nada pasara fuera de este cuarto, y aun así, nunca hayas siquiera entrado. 
Y la luz por la ventana me golpea suavemente, descubriéndome una sonrisa, una sonrisa triste, cual nota flotando en la nada, descubriendo lo frágil del alma, lo débil que es un corazón, que contento llora, sabiendo que esta por morir, como la sonrisa que se cae y se reparte entre la soledad totalmente destrozado en mil pedazos…Amor, no puedo prometer ser tu luz, si me hiciste ser tu oscuridad... pero al final no podrás decir que no lo intente."


22 de Abril, 2005

Anónimo

05 febrero, 2015

Carta segunda: De los trenes.

“… Tres de la tarde, la lluvia cae como ansiosa por tocar el triste suelo, rebosante de grises
hojas muertas. El ruido de los trenes ya no me molesta, ya no logra que vibre ni una sola sensación en mis ya congelados huesos, cimientos y estructura única de este arruinado y pálido cuerpo que, tiritante de frió, sentado en este banco viejo de la estación, espera aquel único aliento esperanzador, aquella única mirada de calidez que necesita.
Se supone que ya no queda nada, mi cuerpo no responde: mis ojos ya no ven sino lo que quieren; mis oídos a duras penas pueden escuchar con dificultad un amable pedido “disculpe ¿podría decirme la hora?”, el cual mi voz, resquebrajada y gastada de gritar tu nombre responde con la misma amabilidad que pudo escuchar, sin pena ni gloria, una cortesía que nunca merecí.

¿Por qué aun la gente se apiada de mi? ¿Por qué aun se apiadan de mi alma, si esta ya no me pertenece?
Y es que se que un día, uno de estos días vas a volver, vas a bajar del tren de las tres de la tarde, como me prometiste hace ya veinte años, vas a volver a tomar mis manos, y vas a darme aunque sea aquel último beso, lo único que necesito para estar en paz… yo lo sé  ¡me lo prometiste!
Y aunque muy en el fondo sepa que todo esto es una ilusión, una única lagrima cae de mis ya vidriosos ojos y se va… se va junto con aquellas ansiosas gotitas, capaz para apaciguar su tristeza bailando con ellas, en ese hermoso encuentro que tienen con la realidad, la dura realidad de estrellarse bruscamente contra el suelo… y yo, ya sin ella, te sigo esperando.

Te sigo esperando…”

1 de Mayo, 1942, Buenos Aires, Argentina.

Anónimo.

04 febrero, 2015

Carta primera: Aquel que buscó, aquel que encontró, aquel que perdió.

Dejarlo salir; cerrar los ojos, apretar los puños, fuerte, como si no quisiera soltar ni un vestigio de lo que se que haya estado tomando, sin siquiera tener interés en saberlo, ahora erguido en posición para evitar la encorvada marca de la debilidad que me representó por incontables medidas de tiempo, ¿minutos acaso?.
Una enorme bocanada de aire, aire que casi instantáneamente es devuelta al éter por mi nariz, en forma visible como vapor causa del otoño frió e inmoral conmigo, no mas de lo normal pero lo suficiente como para mostrar junto a mi ruborizada piel, azotada por los gélidos vientos de la tarde, que estoy dispuesto a todo.

“Ya ha pasado mucho tiempo, jamas creí que este momento llegaría, ¡No puedo explicarte nada! No siento que pueda siquiera abrir la boca, pronunciar una palabra, esgrimir algún gesto o siquiera devolverte el favor de estar dentro de mi universo... Pero quiero que observes y sientas lo que yo estoy sintiendo.


Y sin terminar de hablar, una pequeña y picara lagrima escapa de uno de mis ojos, y yo sin poder hacer nada para evitarlo, quiebro en mil pedazos.

Tratar de frenar a una lagrima es tratar de no apuntar el cañón a la cabeza, sino al corazón. 


3 de febrero, 1994, Buenos Aires.

Anónimo.